Postplagio: enseñar integridad en tiempos de inteligencia artificial
Pero ¿Qué pasa cuando la frontera entre “crear” y “colaborar” se vuelve borrosa?
¿Qué sucede cuando un estudiante escribe con la ayuda de una inteligencia artificial generativa, y su texto es a la vez suyo y no del todo suyo?
Sarah Elaine Eaton, profesora de la Universidad de Calgary, propone una respuesta audaz: el concepto de “postplagiarism”.
No se trata de aceptar el plagio, sino de superar el paradigma del castigo.
En la era de la IA, la integridad académica no puede seguir siendo una cacería de culpables, sino una práctica de transparencia, discernimiento y responsabilidad compartida.
El postplagio parte de una idea simple y profunda:
“La colaboración con la IA es legítima, siempre que la responsabilidad humana sobre el producto final se mantenga intacta.”
Ya no se trata de prohibir el uso de herramientas como ChatGPT, sino de enseñar a usarlas con criterio y conciencia ética.
De preguntar: ¿por qué elegí esta herramienta?, ¿qué aportó a mi proceso?, ¿qué parte del pensamiento sigue siendo mía?
Eaton propone una nueva alfabetización moral y tecnológica, que podríamos resumir en seis principios:
- Transparencia: declarar cómo y por qué se usó la IA.
- Responsabilidad: asumir la autoría de las decisiones, no solo de las palabras.
- Coautoría ética: entender la IA como colaboradora, no como sustituta.
- Evaluación formativa: valorar el proceso, no solo el producto.
- Educación para la integridad: formar ciudadanos digitales críticos.
- Humanidad ampliada: usar la tecnología sin perder el juicio, la empatía ni la voz propia.
El postplagio no es un permiso para copiar, sino una invitación a crear con conciencia.
Nos reta a pasar del miedo a la confianza, del control a la comprensión, del “detector de trampas” al mentor ético.
Implica un cambio profundo: formar personas que no solo escriban con IA, sino que piensen sobre ella, la cuestionen y la usen para construir sentido.
Quizá el desafío de nuestra época no sea evitar el uso de inteligencia artificial en la educación, sino enseñar a pensar éticamente en su compañía.
Ahí radica el corazón del postplagio: en reconocer que el conocimiento hoy se produce entre humanos y máquinas, pero la responsabilidad —y la esperanza— sigue siendo nuestra.
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